sábado, 21 de julio de 2012

Mi particular fin.

Ni si quiera hizo falta un 1999 para darme cuenta de que todo se había acabado. Tu magia me cautivó al instante. Me enseñaste a crear incendios de nieve con una lupa apuntando a la luna. Hasta que se descontrolaron y se convirtieron en ventiscas. Ya no quedaba nada. Sólo dos seres volátiles que se arraigaron el uno en el otro durante una temporada.
Ya no romperíamos más ventanas, y el caos se convirtió en un arte que jamás volví a entender. Ya no grité más desde ese día en el que dijiste que no volverías más. Fue simple. Yo te amé demasiado, tú te asustaste. ¿Cómo voy a continuar?
Dicen que todo exceso vuelve, como un boomerang. Tú fuiste mi mayor exceso. La peor de las drogas, una droga que simplemente me hacía sentir bien. Sólo espero que podamos repetir esas conversaciones que nos mantenían despiertos hasta más de las tres. Pasábamos demasiadas horas en vela, hasta que ya no quedó nada que decir. Y en mis sábanas ya no hay rastro del ectoplasta, ese que te caracterizaba tanto.
Siempre nos cubrió el hielo de un silencio aterrador, y yo siempre terminaba por romperlo. Nunca tú. Callé a gritos que no quisieras bajar. 

Y cuando diga ya, te callarás. Así es el juego.

Sólo una última cosa más.

4.000 días después de aquel año obcecado, te dignaste a cumplir esa cita inaudible. Romperíamos ventanas, volvería a entender el caos, volveríamos a gritar. 

Nunca fue cierto el jamás.

Ya.

No hay comentarios:

Publicar un comentario